Martes 04:00 de la mañana; en la inmediación del cuarto, en las tinieblas que imperan en el absoluto se encuentra la cama en la que ha dormido desde hace más de ocho años María. Se encuentra al pie de la misma asfixiada por el luto, secretando lagrimas que se trasladan del llanto a la satisfacción, pasando por la agonía y devolviéndose al luto, un ciclo interminable para el último par de horas.
Sus manos ensangrentadas recuerdan a ese hombre corpulento y de voz penetrante, el recuerdo se funde con el de su madre, con el peso de su madre, con las palabras, esas que activaban los sentimientos más mortíferos en su ser.
María siempre hija ejemplar a los ojos de los “humanos”, pero para Enedina, su madre, era el ser imperfecto y defectuoso por excelencia (o por defecto); Defectuosa, como Enedina la llamaba y se lo repetía una y otra vez. Aun así María siguió a su lado, la siguió a donde ella fuese, hasta que “mamita” a un lugar donde la joven no podía seguirle… perdió la lucha contra el cáncer, en cambio, María gano la batalla contra la opresión. Aun despertaba con esa frase, muchas veces me platicaba con las palabras le llegaban como navajas de afeitar en las pupilas y haciéndola sofocar la obligaban a levantarse de la cama, respirar profundo y convencerse de que eso era el pasado y que debía quedarse ahí.
El lunes ella había ido a trabajar como cualquier día cotidiano, así, cotidiano como la mayoría de sus días vividos hasta ahora. En la oficina, el jefe de recién llegado le llama a su despacho en varias ocasiones, lo cual era parte del protocolo matutino. El jefe Madero era tan imponente que María sentía que él podría destruir su tráquea con dos dedos, Madero tenía en su oficina un par de mancuernas, María de la Luz siempre observaba esos artefactos con asombro y se preguntaba cómo era que alguien podía cargar tanto peso en cada mano.
El final del día llego sin más contratiempo que algunos regaños del Sr. Madero por pasar unas llamadas a su despacho inadecuadas y fuera de lugar, tal vez porque no tenía la cabeza en ese lugar, en ese momento.
Doce de la noche y María por fin consigue llegar a su departamento, dirigiéndose como ya era el ritual directo a la regadera a enjuagarse de toda la mugre de la ciudad como ella solía llamarle, el dictamen del baño nocturno nunca se hacía esperar el agua fría era aquella que debía purificar el cuerpo y el alma, lavarlos de toda la podredumbre al que ella llamaba ciudad Dos de la mañana, logrando conciliar el sueño, se dirige a su cama, pero antes paro a escribir una pequeña nota que dejo sobre el taburete al lado de su cama, tomo uno de los utensilios de cocina que su madre mas frecuentaba… hizo un corte por aquí, un corte por allá y se acostó a dormir, en la cama que ha ocupado por más de ocho años, esperando la llegada de un nuevo día.
Yo llegue a las 6 de la mañana, como la rutina me lo permitía, era la única hora en la que podíamos estar juntos, con las primeras donas de la panadería, calientitas y dulces, también llevaba conmigo el café de olla que tanto disfruto… disfrutamos…
María de la luz había muerto…
En el papel del taburete: “DEFECTO Y DICHA… HOY NO QUIERO CAFÉ”